800 mil asisten a la Marcha del Orgullo LGBT+ en CDMX

Con 800 mil asistentes, la Marcha del Orgullo LGBT+ llenó la CDMX de consignas por justicia, diversidad y derechos igualitarios.

Una manifestación masiva por la igualdad y la memoria

La Ciudad de México vivió el sábado 28 de junio de 2025 una de las movilizaciones más multitudinarias de su historia reciente. Con la participación de alrededor de 800 000 personas, la edición número 47 de la Marcha del Orgullo LGBT+ no solo reafirmó su carácter festivo, sino también su potencia como acto político y social. La jornada transcurrió en un ambiente colorido, musical y diverso, pero también cargado de demandas por justicia, memoria y derechos humanos. En un país donde los crímenes de odio, la discriminación institucional y la impunidad siguen siendo moneda corriente, la presencia de cientos de miles en las calles capitalinas se convirtió en un mensaje de fuerza y resistencia.

La logística de una ciudad tomada por la diversidad

Desde las primeras horas del sábado, Paseo de la Reforma comenzó a llenarse de contingentes, banderas, carros alegóricos, pancartas, tambores y vestimentas brillantes. La marcha inició en el Ángel de la Independencia y recorrió la Avenida Juárez, el Eje Central y la Calle 5 de Mayo hasta desembocar en la explanada del Zócalo. La organización de la movilización requirió un operativo especial de más de 2 000 servidores públicos, elementos de tránsito, seguridad y atención médica. Las autoridades desplegaron un sistema de transporte extendido en el Metro, Metrobús y Trolebús para facilitar la llegada y salida de los asistentes.

El evento concluyó sin incidentes mayores, aunque se atendieron algunos casos por deshidratación o fatiga. La estrategia de seguridad se centró en evitar confrontaciones y garantizar un ambiente pacífico y familiar. Muchas personas asistieron acompañadas de sus hijos, adultos mayores o incluso mascotas, lo que reforzó el espíritu incluyente de la jornada.

Justicia, resistencia y unidad: el lema que cruzó la marcha

El lema de este año fue “Diversidad sin fronteras. Justicia, resistencia y unidad”. En sintonía con este mensaje, los contingentes no solo celebraron la diversidad sexual y de género, sino que también visibilizaron problemáticas urgentes: desapariciones dentro de la comunidad, transfeminicidios, crímenes de odio, violencia institucional, exclusión de personas con discapacidad y migrantes LGBT+, entre otros.

Uno de los momentos más significativos fue la marcha paralela organizada por colectivos disidentes, autodenominada “La marcha de la Rabia”. Estos grupos, críticos del creciente proceso de comercialización y “pinkwashing” del evento oficial, partieron desde el Auditorio Nacional y recorrieron su propia ruta con consignas que exigían un regreso al espíritu original del movimiento: la denuncia y la lucha. Estas expresiones mostraron que dentro de la comunidad también existen diferencias profundas sobre la forma en que debe construirse la visibilidad y el activismo.

Asimismo, múltiples organizaciones aprovecharon el espacio para recordar nombres de personas asesinadas o desaparecidas, como una forma de resistencia ante la indiferencia estatal. El Zócalo fue testigo de intervenciones escénicas, performances, discursos y momentos de silencio en homenaje a quienes han sido víctimas de la homofobia, la transfobia y otras formas de violencia.

Cultura, música y presencia pública

Como cada año, la Marcha del Orgullo concluyó con un concierto masivo en el Zócalo. Esta vez, el cartel incluyó a artistas como Flor Amargo, Dani Flow, Bellakath, Pablo Ruiz y Mariana Ochoa, quien fue nombrada Reina Aliada LGBT+ 2025 y se presentó por primera vez como solista en este tipo de evento. El espectáculo no solo reunió a miles de personas frente al escenario, sino que fue transmitido por plataformas digitales y cubierto por medios nacionales, ampliando su alcance a todo el país.

Más allá del entretenimiento, el concierto funcionó como una reafirmación de la legitimidad de las expresiones LGBT+ en el espacio público. Durante décadas, la comunidad fue marginada de estos escenarios; hoy, no solo ocupa la plancha del Zócalo, sino que lo hace con una presencia política clara y una narrativa en disputa. La cultura, la música y el arte se volvieron instrumentos de afirmación y denuncia.

Una agenda pendiente

Pese a los avances legislativos en los últimos años, como el matrimonio igualitario en todas las entidades del país y algunas leyes de identidad de género, la realidad cotidiana de muchas personas LGBT+ sigue marcada por la exclusión. En zonas rurales y comunidades indígenas, las personas de la diversidad enfrentan discriminación estructural, violencia familiar y nulo acceso a servicios de salud mental o sexual. Los datos sobre crímenes de odio son fragmentarios y, en muchos casos, subregistrados o mal clasificados por las fiscalías locales.

La falta de políticas públicas integrales sigue siendo uno de los principales obstáculos. A ello se suma la ausencia de protocolos claros en el sistema de justicia para atender denuncias de violencia homofóbica y transfóbica. Muchos de los contingentes que marcharon el sábado portaban carteles que denunciaban la revictimización que sufren las personas LGBT+ al acudir a las instituciones del Estado.

En este contexto, la marcha no fue solo una fiesta: fue una manifestación de exigencia, de reclamo y de supervivencia colectiva. A través del cuerpo, la música y la presencia multitudinaria, la comunidad dijo: “Aquí estamos, seguimos vivos, y no vamos a retroceder”.

Visibilidad que trasciende

La Marcha del Orgullo en Ciudad de México ha crecido exponencialmente en las últimas décadas. De unas pocas decenas de personas que marchaban en los años setenta, hoy se ha convertido en una de las mayores concentraciones LGBT+ de América Latina. No obstante, el crecimiento no es solo cuantitativo. Lo más importante es la diversidad interna que hoy la compone: desde jóvenes queer de colonias populares hasta activistas trans con más de 40 años de lucha; desde drag queens con producciones elaboradas hasta personas asexuales, no binarias, bisexuales o adultxs mayores que por décadas vivieron en el clóset.

La visibilidad, en este sentido, no es solo una estrategia comunicacional. Es una herramienta política. Hacerse ver —juntas, juntos, juntes— implica desafiar el orden heteronormado que por siglos buscó ocultar y patologizar la existencia LGBT+. La marcha es, también, una forma de pedagogía masiva: quienes nunca han escuchado hablar de diversidad sexual pueden ver, por un día, que hay otras formas de vivir, amar y resistir.

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