Lujo y poder tras una sesión legislativa
Poco después de concluir un periodo extraordinario de sesiones en el Congreso, varios legisladores de Morena, PRI, PVEM y PT se congregaron en el exclusivo club “Caroline’s 400” del Hotel St. Regis, ubicado en Paseo de la Reforma, para celebrar el cumpleaños número 60 del diputado Pedro Haces Barba. El evento, realizado la noche del 2 de julio, desató una oleada de críticas en redes sociales y medios de comunicación, debido al contraste entre la retórica de austeridad republicana promovida por la llamada Cuarta Transformación y la ostentación del festejo.
La fiesta coincidió con la reciente aprobación de la polémica “Ley Espía”, lo que alimentó aún más la percepción de insensibilidad política entre los asistentes. Mientras afuera se debatía el futuro de las libertades civiles, adentro se descorchaban botellas de lujo y se servían platillos con precios inalcanzables para la mayoría de los ciudadanos.
Un menú para pocos
El restaurante en el que se realizó el festejo es conocido por su exclusividad y precios elevados. El menú incluye desde tostadas de atún en más de 300 pesos hasta caviar imperial de casi 10 mil. Las bebidas servidas, como Dom Pérignon y vinos de etiquetas exclusivas, revelan un gasto que difícilmente podría justificarse como una reunión informal entre legisladores. La membresía del club tiene costos elevados y el acceso es restringido a personalidades de alto perfil, lo que refuerza la crítica sobre la desconexión de los invitados con las condiciones del México real.
Este tipo de celebraciones privadas, en espacios de ultra lujo, contrastan con el discurso de sobriedad institucional que ha sido bandera del gobierno y del partido en el poder. La presencia de figuras de diversos partidos también evidencia cómo los privilegios trascienden líneas ideológicas cuando se trata de poder y conveniencia.
Invitados incómodos
A la celebración acudieron personalidades como Ricardo Monreal, Dolores Padierna, Sergio Gutiérrez Luna, Manuel Velasco y Marcela Guerra. Algunos llegaron en camionetas de alta gama y evitaron el ingreso por la entrada principal, accediendo por el estacionamiento o a través de pasillos de servicio para no ser captados por la prensa. Esta discreción deliberada no evitó que las imágenes circularan en redes sociales y que comenzaran las especulaciones sobre los gastos y los vínculos detrás del evento.
La lista de invitados incluyó tanto a legisladores en funciones como a operadores políticos cercanos a Pedro Haces. Se reportó que algunos senadores abandonaron el pleno de manera anticipada para poder asistir a la fiesta, lo que también generó cuestionamientos sobre la ética institucional y el respeto a las tareas legislativas.
La defensa de Noroña y la postura del partido
El diputado Gerardo Fernández Noroña fue uno de los pocos que salió públicamente a defender el evento, afirmando que “cada quien puede gastar su dinero como quiera” y minimizando las críticas por el contexto político. Sin embargo, esa postura contrasta con la línea discursiva de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien desde septiembre de 2024 ha llamado a todos los funcionarios a actuar con sobriedad, evitando cualquier tipo de exceso o privilegio que contradiga los principios de la Cuarta Transformación.
Hasta el momento, ni Morena ni el Congreso han emitido comunicados oficiales sobre el evento. En redes sociales, sin embargo, figuras de la oposición y analistas señalaron la hipocresía del discurso de austeridad, evidenciado en prácticas que reproducen el elitismo que supuestamente se busca erradicar.
El costo simbólico del festejo
La fiesta de Pedro Haces no solo fue un evento privado, sino una demostración pública de poder, privilegio y exclusión. Se convierte en una metáfora de la fragilidad del proyecto político que, mientras promueve la justicia social, mantiene cotos de poder con comportamientos propios de la vieja clase política. La contradicción entre lo que se predica y lo que se practica alimenta la desconfianza ciudadana y erosiona la legitimidad de los discursos de transformación.
Este tipo de episodios, por mínimos que parezcan, tienen efectos duraderos en la percepción pública. En un momento en que el país enfrenta desafíos económicos, de seguridad y credibilidad institucional, el mensaje que emiten estas celebraciones es profundamente nocivo. No se trata solo de una fiesta, sino del símbolo de una fractura moral entre los representantes y los representados.
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