Las devastadoras inundaciones que azotaron el centro del estado de Texas durante los primeros días de julio han dejado, hasta el momento, un saldo de al menos 120 personas muertas y más de 170 desaparecidas, en lo que ya se perfila como uno de los desastres naturales más mortales en la historia reciente del estado. Las lluvias torrenciales, intensificadas por una depresión tropical atípica, provocaron la crecida súbita de múltiples ríos, arrasando comunidades enteras, destruyendo infraestructura clave y dejando a miles de familias sin hogar.
El condado de Kerr ha sido identificado como la zona más afectada, con 96 de las muertes confirmadas, incluyendo a numerosos menores de edad. Una de las tragedias más dolorosas ocurrió en un campamento de verano en las orillas del río Guadalupe, donde al menos 27 adolescentes murieron cuando una pared de agua arrasó las instalaciones en plena madrugada, sin que existiera un sistema de alarma previa que advirtiera a los ocupantes del peligro inminente. Testigos y sobrevivientes relataron que el agua subió más de tres metros en cuestión de minutos, atrapando a los jóvenes en sus cabañas sin posibilidad de escape.
Los esfuerzos de rescate han movilizado a más de dos mil elementos de cuerpos de emergencia, incluyendo personal de la Guardia Nacional, Cruz Roja, equipos de rescate acuático y voluntarios locales. También se ha contado con apoyo internacional: brigadas de búsqueda provenientes de México se han sumado a las tareas para localizar a los más de 170 desaparecidos, muchos de ellos arrastrados por las corrientes o sepultados bajo escombros. La prioridad ha sido el acceso a las zonas rurales más devastadas, donde los caminos colapsados y las líneas eléctricas caídas han dificultado gravemente las operaciones de ayuda.
Los hospitales regionales, especialmente los de San Antonio, Austin y Kerrville, han operado en condiciones críticas ante el flujo masivo de heridos, muchos de ellos con lesiones por aplastamiento, hipotermia o infecciones derivadas de la exposición prolongada al agua contaminada. Se han reportado más de 500 hospitalizaciones en los últimos días. Además, las autoridades sanitarias han advertido sobre el riesgo de brotes de enfermedades gastrointestinales, leptospirosis y otras infecciones asociadas a condiciones post-inundación.
La magnitud del desastre ha generado cuestionamientos severos hacia las autoridades estatales y municipales. En varias comunidades no se activaron los sistemas de alerta temprana, y en otros casos, los mensajes de evacuación llegaron con más de una hora de retraso. Líderes locales han atribuido las fallas a deficiencias técnicas y presupuestales, pero sectores críticos apuntan a una falta de voluntad política y a décadas de desinversión en infraestructura hidráulica y de protección civil. En particular, se ha señalado la carencia de un sistema centralizado de monitoreo fluvial y la ausencia de protocolos para actuar ante fenómenos extremos que, según expertos, serán cada vez más frecuentes debido al cambio climático.
El gobierno federal declaró el estado de emergencia en más de 25 condados de Texas, lo que habilita recursos especiales para labores de reconstrucción, refugios temporales, asistencia médica y reparación de infraestructura crítica. El presidente de Estados Unidos anunció que visitará las zonas afectadas en los próximos días y prometió “reconstruir mejor y con mayor resiliencia”. Asimismo, anunció la creación de un fondo especial para comunidades desplazadas, que incluye subsidios temporales de renta, ayuda alimentaria y asistencia psicológica.
Mientras tanto, la población intenta recuperarse en medio de un panorama desolador. Las imágenes satelitales muestran pueblos enteros cubiertos por agua y lodo; miles de vehículos quedaron inutilizados y cientos de viviendas fueron destruidas o están bajo riesgo estructural. La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) estima que más de 60 mil personas han sido desplazadas de forma permanente, y que los daños económicos podrían superar los 7 mil millones de dólares.
Los expertos han advertido que las consecuencias del desastre serán de largo plazo. Además del impacto humano inmediato, las inundaciones han dañado severamente cultivos, zonas ganaderas y plantas de tratamiento de agua potable. También se teme una posible crisis ambiental debido a fugas químicas e industriales en algunas instalaciones que fueron alcanzadas por las aguas. Investigadores de universidades locales ya han iniciado estudios para evaluar la toxicidad del suelo y el agua en las zonas inundadas.
Este evento ha reabierto el debate nacional sobre la preparación del país ante eventos climáticos extremos. Diversas organizaciones han exigido una revisión a fondo de los protocolos de emergencia, la actualización de mapas de riesgo y un aumento significativo en las inversiones para infraestructura de mitigación, como presas, canales, sistemas de alerta y drenajes pluviales. Señalan que, sin medidas estructurales, tragedias como la de Texas podrían convertirse en parte habitual del calendario de desastres naturales.
Los eventos globales más importantes, directo a tu pantalla. Acompaña a Ale Díaz de la Vega en vivo a las 10 am en El Daily Diario y entiende cómo el mundo se está transformando.