La industria del auto eléctrico frena su aceleración

La revolución eléctrica entra en modo ‘low battery’ El impulso global que parecía llevar a la industria automotriz hacia una adopción irreversible del vehículo eléctrico está experimentando un repliegue significativo, evidenciado por una serie de anuncios recientes que pintan un panorama mucho más complejo y menos acelerado de lo previsto. La semana pasada, la Comisión Europea tomó la decisión simbólica de flexibilizar su cronograma más ambicioso para eliminar los motores de combustión, otorgando a fabricantes y consumidores una prórroga en la transición. Esta rectificación técnica, que busca una reducción del noventa por ciento de las emisiones para 2035 en lugar de la prohibición total, refleja una realidad ineludible: las ventas de vehículos eléctricos no avanzan al ritmo necesario para cumplir las metas originales. No se trata de un abandono del objetivo, sino de un reconocimiento de las dificultades prácticas, condicionando el alivio a que los fabricantes compensen las emisiones residuales mediante el uso de combustibles alternativos y acero verde. Este cambio en el horizonte regulatorio europeo coincide con fuertes señales de ajuste dentro de la propia industria. Un día antes del anuncio de Bruselas, la estadounidense Ford comunicó cargos extraordinarios por $19,500 millones de dólares relacionados con el retroceso de su estrategia eléctrica, una apuesta a la que había destinado recursos colosales desde hace casi una década. Esta decisión incluye la cancelación de una línea planeada de camionetas F-Series eléctricas y la reconversión de plantas de baterías para fabricar sistemas de almacenamiento de energía estacionaria. Su director ejecutivo, Jim Farley, resumió la nueva filosofía al señalar la necesidad de ofrecer opciones a los clientes y usar la flexibilidad de fabricación para seguirles hacia donde estén, no hacia donde la industria pensaba que debían ir. El repliegue no es un fenómeno marginal. Es una corriente que afecta a actores de todos los tamaños y procedencias. General Motors, el archirrival de Ford, ha asumido cargos por 1,600 millones de dólares por reducir su capacidad de producción eléctrica y ha advertido sobre posibles ajustes adicionales. El conglomerado Stellantis canceló los planes para una camioneta Ram totalmente eléctrica y, en un giro significativo, reintrodujo motores V-8 de alto consumo, una decisión facilitada por la relajación de los estándares de emisiones en Estados Unidos. En Europa, Volkswagen, que en su momento buscó disputar el liderazgo a Tesla, finalizará este mes la producción del modelo eléctrico ID.3 en su planta de Dresde, marcando el primer cese de operaciones en una planta de ensamblaje alemana en 88 años. Además, su subsidiaria Porsche generó cargos por 4,700 millones de euros al dar marcha atrás en sus planes eléctricos. Incluso los líderes del mercado enfrentan turbulencias. Tesla, la empresa que catalizó la revolución, ve cómo sus entregas globales se desaceleran y podrían caer por segundo año consecutivo. La atención de Elon Musk parece haberse desplazado de la promesa de un vehículo eléctrico asequible de $25,000 dólares hacia proyectos más futuristas como robots humanoides y taxis autónomos. Por su parte, la china BYD, que este año se convertirá en el mayor proveedor mundial de vehículos totalmente eléctricos, enfrenta sus propios desafíos con una caída en sus ventas totales durante los últimos tres meses y un creciente escrutinio regulatorio en su país por sus prácticas de precios. Cabe destacar que BYD aún produce un híbrido enchufable por cada vehículo exclusivamente eléctrico, un recordatorio de que la transición es híbrida en más de un sentido. A pesar de este escenario de correcciones, la industria no abandona por completo la electrificación. Ejecutivas como Mary Barra de General Motors reiteran que los vehículos eléctricos siguen siendo el norte estratégico y que la tecnología de baterías es fundamentalmente superior. Fabricantes como Volvo, que presionó para mantener la meta original en la UE, insisten en que el segmento eléctrico sigue creciendo. Sin embargo, el consenso emergente, como señala el analista Philippe Houchois de Jefferies, es que la flexibilización europea es una victoria para el consumidor, que tendrá más tiempo y opciones, más que para la industria. Para los fabricantes, esta extensión del plazo implica una carga financiera distinta: en lugar de concentrar todas sus inversiones en una sola tecnología, deberán distribuirlas entre múltiples sistemas de propulsión, incluyendo híbridos, eléctricos y motores de combustión mejorados, durante más tiempo del planeado. Lo que parecía una carrera lineal hacia un futuro totalmente eléctrico se ha convertido en una travesía más larga, sinuosa y tecnológicamente diversa, donde la flexibilidad y la respuesta al consumidor priman sobre los dogmas.

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