Ciudad insegura, mujeres al volante

Cuando la estadística se vuelve rutina

En México, el acoso sexual en el transporte público dejó de ser una noticia aislada para convertirse en un dato incómodo que nadie quiere leer, pero todas las mujeres conocen de memoria.
Más de 61,700 delitos sexuales se han registrado en lo que va de 2025 —y eso sin contar los casos que nunca se denuncian.
La respuesta del sistema ha sido, una vez más, “crear espacios seguros”… es decir, rutas exclusivas para mujeres.

Entre ellas destaca AmorrAs, una red de transporte operada por conductoras que busca ofrecer trayectos sin miedo, sin miradas incómodas y sin la frase “te bajo aquí nomás tantito”.
Y aunque suena bien, el trasfondo duele: seguimos inventando parches en lugar de cambiar el motor completo.

El punto de quiebre

La conversación estalló después de que la presidenta Claudia Sheinbaum fuera víctima de una agresión sexual en plena vía pública.
El hecho, más allá del escándalo político, desnudó una verdad incómoda: si esto le puede pasar a la presidenta del país, ¿qué le espera a una mujer común en el metro o un taxi por app?

Las protestas no tardaron. Las redes ardieron con testimonios, y las marchas feministas volvieron a llenar las calles con un mensaje que parece no envejecer:

“No queremos más espacios separados, queremos respeto”.

Pero claro, las autoridades parecen preferir la solución arquitectónica a la cultural: pintar vagones rosas, abrir apps exclusivas y cortar listones frente a cámaras, como si la seguridad fuera una obra inaugurable.

El eterno “mejor que nada”

AmorrAs y otras plataformas similares son, sin duda, un alivio temporal.
El problema es que también normalizan la idea de que las mujeres deben moverse aparte para estar seguras.
Es como si la sociedad admitiera que no puede controlar el acoso, así que mejor lo rodea con cinta amarilla.

El transporte público debería ser un espacio compartido y seguro, no una ruleta rusa de comentarios, roces y silencios incómodos.
Pero la realidad mexicana siempre encuentra una forma de recordarte que el “mejor que nada” se ha vuelto política pública.

Entre apps, miedo y resistencia

En las ciudades grandes, las mujeres crean sus propias redes: grupos de WhatsApp para avisar que llegaron bien, códigos entre amigas para fingir llamadas de seguridad, y capturas de pantalla que reemplazan a los sistemas de denuncia que no funcionan.
Esa creatividad constante para sobrevivir es admirable… y agotadora.

Mientras tanto, los hombres “decentes” se preguntan por qué ya nadie quiere compartir asiento con ellos.
Tal vez porque la confianza no se repara con buenas intenciones, sino con responsabilidad.

Lo que debería cambiar

El debate real no está en los vagones ni en las apps, sino en el espejo cultural que evita reflejar el problema.
El acoso no se elimina con rutas rosas, sino con educación, justicia y voluntad política.
Pero esas reformas no caben en un tuit ni se pueden inaugurar con un moño, así que seguimos llenando los huecos con soluciones que ruedan… pero no avanzan.

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