Cuelgan y decapitan cuerpos en Culiacán; 20 muertos

Cuelgan y decapitan a 20 personas en Culiacán en medio de la guerra interna del Cártel de Sinaloa; la violencia escala sin freno.

El horror sobre la carretera México 15

El lunes 30 de junio, Sinaloa despertó con una de las escenas más espeluznantes del año: cuatro cadáveres decapitados colgados de un puente y otros 16 cuerpos apilados dentro de una camioneta. El hallazgo ocurrió en la carretera México 15, en la salida norte de Culiacán, a plena luz del día. Los cuerpos mostraban signos de tortura y varios estaban maniatados, en una acción que combina brutalidad y mensaje.

Los cuerpos colgados estaban suspendidos del puente conocido como El Seminario, un punto que en otras ocasiones ha sido usado para desplegar narcomantas. Esta vez, una lona firmada por presuntos integrantes de “La Mayiza”, grupo asociado a Ismael “El Mayo” Zambada, acompañaba la escena con amenazas directas contra los hijos de Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”.

Guerra intestina: el Cártel de Sinaloa en llamas

La violencia responde al conflicto interno que desgarra al Cártel de Sinaloa desde mediados de 2024. Dos facciones, antaño aliadas, han escalado su lucha a niveles que recuerdan los peores años de la guerra contra el narco: por un lado, “Los Chapitos”, herederos del Chapo, y por otro, “La Mayiza”, brazo armado del Mayo Zambada, quien desde hace décadas lidera el cártel con bajo perfil.

Las tensiones entre ambos bandos se profundizaron tras la extradición de Ovidio Guzmán a Estados Unidos en septiembre pasado. En ausencia de un liderazgo fuerte entre los Chapitos, han emergido otros grupos con ansias de control territorial, entre ellos figuras como “El Ruso” o “El Nini”, lo que ha convertido al norte de Sinaloa en un campo de batalla incontrolable. El ataque en el puente no es una excepción, sino parte de una serie de emboscadas, secuestros y ejecuciones que se repiten semana tras semana en la región.

El terror como estrategia de dominio

La exhibición de cadáveres colgados o decapitados no es un mero acto de violencia; es una estrategia de guerra. El mensaje es doble: a los enemigos, se les muestra el destino que les espera; a la población, se le recuerda quién manda. En Culiacán, la gente ya no pregunta quién fue, sino a qué grupo pertenece la zona donde ocurrió el crimen.

Vecinos de comunidades cercanas al lugar del hallazgo reportaron bloqueos carreteros durante la madrugada, disparos y quema de vehículos. Muchos optaron por no llevar a sus hijos a la escuela ese día. Comercios cerraron durante horas y se activaron operativos de vigilancia que, según testigos, llegaron tarde, cuando el daño simbólico ya estaba hecho.

La narrativa de los colgados se repite en otras partes del país, pero en Sinaloa adquiere un peso especial. Este estado, considerado la cuna del narcotráfico moderno, vive una guerra civil criminal en la que los métodos de exterminio buscan también dominar el relato público. Cada cuerpo expuesto es parte de una disputa que va más allá del negocio de las drogas: se trata de control político, social y psicológico.

Presencia del CJNG: ¿nuevo actor o distracción?

Uno de los elementos que más ha alimentado la paranoia institucional en Sinaloa es la posible presencia del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). En varias escenas recientes del crimen han aparecido cuerpos con chalecos rotulados con las siglas del grupo rival, o mensajes que lo involucran. Sin embargo, autoridades federales, incluido el secretario de Seguridad, Omar García Harfuch, han aclarado que hasta el momento no se ha confirmado su operación formal en el estado.

Esta ambigüedad ha provocado interpretaciones diversas: para algunos, los chalecos son un intento de sembrar confusión o temor; para otros, son un indicador de que “Los Chapitos” han pactado con el CJNG en una jugada desesperada por sostener territorios clave. Lo cierto es que, en medio de esta guerra, la información fiable escasea y las operaciones se encubren bajo capas de propaganda criminal.

Impacto humanitario y respuesta institucional

Los efectos de esta violencia son devastadores. El número de desplazados internos en el norte de Sinaloa ha crecido. Campesinos abandonan sus tierras, comerciantes cierran por temor a extorsiones o balaceras, y las escuelas rurales registran ausentismo crónico. En lo que va de junio, más de 200 homicidios dolosos se han contabilizado en la entidad, una cifra que supera a Guanajuato, tradicionalmente el estado con más asesinatos.

El gobierno federal ha respondido con el envío de 1,600 elementos adicionales de la Guardia Nacional y la Sedena, incluyendo 400 efectivos de fuerzas especiales. No obstante, habitantes de la zona aseguran que la violencia se reacomoda con rapidez: una comunidad resguardada hoy puede ser blanco de venganza mañana. La movilidad de los grupos armados supera la capacidad de vigilancia territorial del Estado mexicano.

Además, las fiscalías estatales y federales enfrentan enormes obstáculos para investigar o judicializar estos crímenes. Pocas veces se logran identificar los cuerpos, menos aún obtener testigos o peritajes. La impunidad sigue siendo la norma. En muchos casos, los cuerpos son enterrados sin nombre, mientras sus asesinos continúan operando libremente, dejando el mensaje claro: no hay consecuencias.

¿Colapso o reconfiguración?

Lo que ocurre en Culiacán podría ser interpretado como un colapso del pacto interno que sostenía la hegemonía del Cártel de Sinaloa. Sin embargo, algunos expertos creen que se trata de una fase de reconfiguración violenta, donde emergerá una nueva jerarquía criminal más radical, más joven y más impune. Las reglas del viejo narco —que prohibían excesos mediáticos y actos públicos de terror— están siendo desplazadas por una lógica de guerra total.

En este contexto, el Estado mexicano enfrenta una disyuntiva difícil: intervenir con mayor fuerza o permitir que los grupos se aniquilen entre sí, bajo el riesgo de que otros cárteles llenen el vacío. La complejidad aumenta ante la presencia de intereses económicos y políticos que, históricamente, han sido cómplices del narcotráfico en Sinaloa.


Conclusiones

El hallazgo de 20 cuerpos, con signos de tortura y mensajes de guerra, marca un nuevo hito en la espiral de violencia que azota a Culiacán. No se trata de un hecho aislado, sino del síntoma más reciente de una lucha intestina que fragmenta al grupo criminal más poderoso del país. Mientras las autoridades intentan contener el caos con despliegues reactivos, la población vive en una incertidumbre permanente, atrapada entre el silencio y el miedo. La pregunta no es si habrá más violencia, sino cuándo y dónde.

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