Durante la crisis sanitaria de Covid-19 el enemigo era visible en cifras y contagios, pero en paralelo se gestó otro más silencioso: el deterioro de la salud mental, ahora alimentado por una dependencia constante a las pantallas. Ansiedad, depresión, insomnio y soledad se dispararon en la pandemia… y no bajaron cuando volvimos a salir a la calle. Hoy, el uso excesivo de redes sociales es uno de los detonantes más claros de ese malestar cotidiano.
Un estudio publicado en JAMA Network Open mostró algo tan simple como inquietante: jóvenes de entre 18 y 24 años redujeron de forma significativa sus niveles de ansiedad, depresión e insomnio después de limitar su consumo digital a solo 30 minutos al día. Bastó una semana para notar cambios medibles, lo que confirma que no se trata solo de “perder tiempo en internet”, sino de un impacto directo en el bienestar emocional.
Pantallas, atención y “amnesia digital”
Antes de este estudio ya existían señales de alarma. Iniciativas como Reconnect Moving, una comunidad creada por jóvenes en Estados Unidos, buscan recuperar espacios de convivencia sin teléfonos, partiendo de una idea sencilla: el problema no es el móvil, sino que esté presente en absolutamente todo momento.
Diversas investigaciones previas advierten que la hiperconexión tiene costos claros:
- Reduce la capacidad de atención y afecta el rendimiento académico.
- Erosiona la inteligencia emocional y la empatía.
- Favorece conductas adictivas y aumenta el aislamiento.
- Interfiere en la calidad y cantidad del sueño.
A largo plazo, estos hábitos reiterados se asocian con un fenómeno cada vez más mencionado por especialistas: la llamada “amnesia digital”. Antes memorizábamos teléfonos, direcciones, recetas, letras de canciones o indicaciones sencillas. Ahora, cualquier dato termina delegado al celular. El resultado es una memoria poco entrenada, que pierde agilidad igual que un músculo que deja de usarse.
No se trata de demonizar la tecnología: internet facilita la vida, organiza información y abre oportunidades reales. El problema surge cuando sustituye por completo los pequeños esfuerzos cognitivos que nos mantenían presentes y activos mentalmente.
Memoria, identidad y presente: lo que está en juego
La memoria no es solo un “disco duro” donde almacenamos datos:
- Es la base del aprendizaje.
- Estructura nuestra identidad (quiénes somos, qué hemos vivido).
- Nos permite tomar decisiones con sentido, conectando pasado y futuro.
Si todo lo delegamos al móvil, la mente opera en modo automático, saltando de notificación en notificación sin consolidar experiencias ni conocimientos. Para muchos expertos, ahí está el verdadero corazón de esta nueva pandemia: una dependencia tecnológica que no solo roba tiempo, sino que erosiona nuestra capacidad de recordar, pensar con profundidad y estar realmente presentes.
La solución no pasa por tirar el teléfono, sino por recuperar el control: decidir cuándo estar conectados y cuándo no, reservar espacios sin pantallas y volver a usar la memoria para algo más que recordar contraseñas… que también guardamos en el celular.
Referencias
- Estudio en JAMA Network Open sobre reducción de ansiedad, depresión e insomnio al limitar redes sociales en jóvenes adultos.
- Reportes de iniciativas como Reconnect Moving, centradas en recuperar espacios de convivencia sin teléfonos.
- Publicaciones recientes en psicología y neurociencia sobre hiperconexión, atención, sueño y el concepto de “amnesia digital”.
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