Rusia lanza mayor ataque aéreo contra Ucrania

Rusia lanzó 537 drones y misiles en el mayor ataque aéreo contra Ucrania, causando muertes civiles y presión internacional severa.

Una ofensiva aérea sin precedentes

Durante la madrugada del 29 de junio de 2025, Rusia desató el mayor ataque aéreo contra Ucrania desde el inicio del conflicto en febrero de 2022. La operación combinó drones, misiles balísticos y misiles de crucero lanzados desde múltiples frentes: bases en territorio ruso, Crimea, el mar Negro y áreas ocupadas del este ucraniano. En total, se contabilizaron 537 vehículos aéreos ofensivos, de los cuales 477 eran drones explosivos Shahed y señuelos, acompañados por al menos 60 misiles de distintas clases, incluyendo Kalibr, Iskander y Kinzhal.

La intención aparente fue saturar las defensas ucranianas mediante un ataque coordinado de saturación: una táctica que consiste en abrumar los sistemas de intercepción con un volumen tan alto de objetivos que se vuelve imposible detenerlos todos. Este método, utilizado también por Irán en conflictos recientes en Medio Oriente, ha sido adoptado por Rusia con creciente intensidad en su ofensiva contra Ucrania.

El costo humano y material

Pese a los esfuerzos del sistema de defensa aérea ucraniano, que logró interceptar cerca del 60 % de los drones y misiles, al menos 226 vehículos lograron impactar sus objetivos. Las consecuencias fueron devastadoras. Se registraron daños significativos en infraestructuras eléctricas, ferroviarias e industriales en regiones como Lviv, Poltava, Ternopil, Ivano-Frankivsk y Mykolaiv. También se vieron afectadas instalaciones militares en Dnipropetrovsk y Cherkasy.

En términos humanos, el saldo incluyó al menos una decena de civiles muertos y más de medio centenar de heridos, según las primeras estimaciones del gobierno ucraniano. Una de las víctimas fue el teniente coronel Maksym Ustymenko, piloto de caza F‑16 que murió al intentar alejar su aeronave dañada de zonas urbanas para evitar más víctimas. Se le rindieron homenajes como héroe nacional en un contexto donde las bajas entre pilotos ucranianos entrenados en Occidente representan una pérdida estratégica de gran calado.

Las imágenes difundidas mostraban techos colapsados, transformadores humeantes, fábricas destruidas y hospitales improvisando servicios ante cortes de luz. Los ataques fueron descritos como quirúrgicos pero brutales, enfocados tanto en quebrar la infraestructura militar como en sembrar el terror en la población civil.

Tensión regional y reacción internacional

El volumen del ataque provocó reacciones inmediatas más allá de las fronteras ucranianas. Polonia activó cazas de combate F‑16 para patrullar su espacio aéreo, al detectar misiles y drones rusos transitando peligrosamente cerca de su frontera oriental. Rumanía, Eslovaquia y Moldavia también elevaron sus niveles de alerta, ante el temor de que restos de proyectiles pudieran ingresar a su espacio aéreo, como ocurrió en incidentes anteriores.

Estados Unidos y la OTAN calificaron el ataque como una escalada deliberada de Moscú en represalia por operaciones recientes de Ucrania en territorio ruso, incluyendo el sabotaje de instalaciones militares y la llamada “Operación Telaraña”, un ataque coordinado con drones ucranianos a aeródromos rusos dentro de Kursk, Bryansk y Vorónezh. Aquella operación había destruido al menos 40 aeronaves, lo que explicaría la respuesta masiva de Rusia como un acto de venganza.

En Bruselas, se intensificaron las conversaciones sobre acelerar la entrega de baterías Patriot, IRIS-T y NASAMS a Ucrania. El presidente Zelensky reiteró su llamado a fortalecer las capacidades antiaéreas del país y criticó la lentitud en el suministro occidental. En Washington, incluso el expresidente Trump —ahora precandidato presidencial— expresó su respaldo a Ucrania, enfatizando la necesidad de contener “la agresión de Putin antes de que toque suelo aliado”.

Una nueva fase del conflicto

El ataque marca el inicio de una nueva etapa en la guerra: la consolidación de las operaciones híbridas de largo alcance. Ya no se trata solo de enfrentamientos en el Donbás o bombardeos tácticos, sino de campañas aéreas masivas que requieren preparación tecnológica, espionaje satelital, logística transfronteriza y armamento de alto valor estratégico.

Rusia ha incrementado sus capacidades de producción de drones y misiles, en parte gracias al apoyo tecnológico de Irán y Corea del Norte. Ucrania, por su parte, continúa dependiendo del flujo occidental, que ha sido intermitente y sujeto a presiones políticas. Esta asimetría se vuelve crítica cuando el cielo se convierte en el nuevo frente de guerra.

Además, el impacto psicológico del ataque ha sido profundo. En varias ciudades, se reportaron cortes de energía de más de 24 horas, hospitales funcionando con generadores portátiles y trenes detenidos por horas. Para muchos ciudadanos ucranianos, el ataque recordó los días más oscuros de 2022, cuando Rusia buscó paralizar al país mediante ataques sistemáticos a la infraestructura eléctrica durante el invierno.

Conclusión: entre la resistencia y la incertidumbre

La ofensiva rusa no solo buscó destruir objetivos materiales. Fue un mensaje. Un recordatorio brutal de que Moscú aún tiene recursos para golpear con fuerza. Un ensayo general para una guerra que ya no se limita a la frontera oriental, sino que abarca el cielo entero de Ucrania.

Las autoridades ucranianas, respaldadas por sus aliados, deben ahora adaptarse a una guerra de desgaste aéreo prolongada, en la que la protección de su población civil depende cada vez más de la rapidez con que lleguen los sistemas de defensa prometidos. La población, mientras tanto, resiste, sobrevive y reconstruye, una y otra vez, bajo la amenaza constante de la próxima sirena.

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