Terremoto en Myanmar deja 1,700 muertos

Un sismo de 7.7 grados deja más de 1,700 muertos en Myanmar; el desastre se complica por la guerra civil y escasa infraestructura.

El 28 de marzo de 2025, un terremoto de magnitud 7.7 sacudió Myanmar, provocando una devastación sin precedentes. Este sismo, considerado uno de los más potentes en la región en más de un siglo, ha dejado al menos 1,700 muertos, más de 3,400 heridos y alrededor de 300 desaparecidos. Las ciudades de Mandalay y Sagaing, situadas cerca del epicentro, sufrieron los mayores daños, con barrios enteros colapsados y una infraestructura gravemente comprometida. Hospitales, carreteras y puentes fueron destruidos, dificultando las labores de rescate y evacuación.

El terremoto ocurrió a las 2:43 a.m., cuando la mayoría de la población dormía. La intensidad del movimiento provocó el colapso inmediato de edificios de varios pisos, dejando atrapadas a miles de personas bajo los escombros. Las réplicas, que se han sucedido a lo largo de los días, han generado temor entre los sobrevivientes y complican los esfuerzos de búsqueda y salvamento.

Impacto en países vecinos y respuesta internacional

El sismo no solo afectó a Myanmar. Se sintió con fuerza en varios países del sudeste asiático, incluyendo Tailandia, India y China. En Bangkok, un edificio en construcción colapsó, dejando 17 muertos, 32 heridos y al menos 83 desaparecidos. Las autoridades tailandesas han movilizado brigadas de emergencia y equipos de búsqueda con perros entrenados para ayudar en las zonas más afectadas.

La respuesta internacional no se hizo esperar. Gobiernos de países como India, China, Singapur, Malasia y Rusia enviaron personal de rescate, unidades médicas móviles, alimentos, agua potable y tiendas de campaña. Estados Unidos comprometió 2 millones de dólares en ayuda humanitaria de emergencia, mientras que la Cruz Roja Internacional desplegó equipos en coordinación con la Federación Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.

Desafíos en medio del conflicto armado

La catástrofe natural ocurre en un contexto de profunda inestabilidad política. Desde el golpe de Estado militar de 2021, Myanmar atraviesa una guerra civil que ha fragmentado el control territorial y debilitado las instituciones públicas. Las zonas más afectadas por el sismo coinciden en parte con regiones controladas por grupos de resistencia armada, lo que complica aún más la logística de ayuda humanitaria.

Ante la gravedad de la situación, el Gobierno de Unidad Nacional (NUG), opositor a la junta militar, decretó un alto el fuego de dos semanas en las regiones afectadas para permitir la llegada de ayuda y facilitar las operaciones de rescate. Sin embargo, hasta el momento, la junta militar no ha respondido oficialmente a la propuesta de tregua, lo que genera incertidumbre sobre la seguridad de los voluntarios y organismos internacionales desplegados en el terreno.

Perspectivas y necesidades urgentes

Las organizaciones humanitarias han advertido que las próximas semanas serán críticas. Se calcula que más de 120,000 personas han perdido sus hogares y requieren refugio temporal, atención médica y alimentos. Los hospitales en Mandalay operan por encima de su capacidad, muchos sin electricidad ni agua potable, y se teme un brote de enfermedades infecciosas por la acumulación de cadáveres y la falta de higiene.

La reconstrucción de las ciudades afectadas podría tardar años, y requerirá no solo recursos financieros sino también estabilidad política. El terremoto ha revelado la fragilidad de las estructuras de gobernanza en Myanmar, y ha puesto a prueba la capacidad del país para articular una respuesta unificada frente a una emergencia nacional de esta magnitud.

Conclusiones

El terremoto del 28 de marzo ha marcado un antes y un después para Myanmar. A la pérdida humana y material se suma el desafío de coordinar una respuesta efectiva en un país fragmentado por la guerra. Mientras la comunidad internacional responde con solidaridad, la necesidad de un alto el fuego real y sostenido se vuelve imprescindible para salvar vidas. La tragedia ofrece una oportunidad —aunque dolorosa— para generar puentes de colaboración, incluso entre bandos enfrentados, en favor de las miles de víctimas que hoy lo han perdido todo.

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